Juan Carlos Calvo Asensio, contratado predoctoral en la Universidad de Zaragoza
Esta entrada forma parte del proyecto de vaciado de los protocolos notariales de Teruel comprendidos entre los años 1775 y 1799 desarrollado en el Archivo Histórico Provincial de Teruel en el año 2022, en el marco del programa Cultura en Igualdad: Mujeres en Museos, Archivos y Bibliotecas, del Pacto de Estado Contra la Violencia de Género del Ministerio de Igualdad y la Dirección General de Cultura del Gobierno de Aragón. Dicho vaciado tuvo por objetivo contribuir al conocimiento de la mujer en el Teruel de la Ilustración.
La historiografía tradicionalmente ha abordado los siglos
XVII y XVIII en los antiguos estados de la Corona de Aragón como un momento de
crisis política y económica generalizada. Las epidemias de peste, la expulsión
de los moriscos y, años más tarde, la llegada de los Borbones condujeron al
Reino de Aragón a un ocaso. Estos sucesos propiciaron el descenso demográfico,
la pérdida de los antiguos privilegios, el desmembramiento de las instituciones
medievales y el aumento de las cargas fiscales, circunstancias que impactaron
negativamente en el territorio.
Teruel empezó a recuperarse paulatinamente de esta situación
a mediados del Setecientos con sucesivas buenas cosechas de cereal y cáñamo.
Además, el comercio lanar, la alfarería y la curtiduría eran las industrias más
activas del municipio y generaban buenos activos.
Los oficios, a excepción de liberales, seguían organizados
en gremios, estructuras que habían demostrado un buen funcionamiento desde la
Edad Media. Estas asociaciones no solo proporcionaban protección laboral a sus
miembros, sino que también cumplían funciones asistenciales que quedaban perfectamente
estipuladas en sus ordenanzas: velar por los huérfanos y las viudas, socorrer
en caso de accidente o facilitar el entierro de sus miembros pobres. A ellos
podían acceder todos los oficiales examinados después de un periodo de
aprendizaje de varios años. Eran altamente endogámicos, constituidos por sagas
de padres e hijos que heredaban el taller familiar. Las mujeres, que no tenían
permitido agremiarse, aprendían el oficio en casa de sus progenitores y, más
tarde, de sus maridos. Cuando enviudaban quedaban al frente del obrador si los
hijos no tenían la edad suficiente para hacerse cargo de él y, por esta razón, acudían
al notario a sufragar pagos derivados de su actividad profesional.
También existieron los colegios, que congregaban los
trabajos de tipo intelectual y de mayor consideración social como la medicina o
la notaría. Su funcionamiento, en el fondo, era muy similar al gremial, como
agrupaciones que velaban por el correcto desempeño de aquellas labores, con cargos
rotativos que se elegían periódicamente mediante insaculaciones. Aunque en
otros periodos de la historia de Teruel hay constancia de mujeres dedicadas a
la medicina, en los años que nos ocupan no ha sido posible localizar a ninguna.
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Lauda de la capilla del Real Colegio de Médicos conservada en el palacio Episcopal de Teruel |
La institución más solvente en el municipio durante esta centuria fue la Iglesia. En la documentación notarial aparece como la principal censalista de particulares y concejos y como propietaria de abundantes casas y campos. La cara visible de la holgada situación económica del estamento eclesiástico es la profunda reforma de templos y la edificación de complejos monumentales de nueva planta que se sucedieron durante el siglo XVIII, posiblemente el periodo más activo en el terreno artístico para Teruel. Algunos como el colegio de la Compañía de Jesús, financiado por el obispo Francisco Pérez de Prado, fue de tal envergadura que el ilustrado Antonio Ponz lo describe en el libro Viage de España como uno de los grandes proyectos arquitectónicos de la España dieciochesca: “muy cacareada entre los milagros de nuestros días”. Otros, como el Hospital de la Asunción, de origen medieval, fue renovado coetáneamente. Estaba controlado por una junta compuesta por prelados que velaban por su solvencia económica y la renovación de sus instalaciones. Mientras, la casa de la Beneficencia, aunque iniciada en 1798, se puso en funcionamiento en la siguiente centuria.
Además, la Iglesia fue la encargada de financiar la Guerra
del Rosellón contra la República Francesa, el único eco existente en la
documentación notarial turolense del principal acontecimiento de la historia
europea de la Ilustración, la Revolución Francesa. En 1795, el cabildo de la
catedral de Teruel, como otros aragoneses, contrajo la obligación de asistir a
la Corona Española con 38 000 vellones.
Sobre la cuestión de la vida religiosa en el plano femenino,
es interesante el continuo ingreso de mujeres en los conventos de la ciudad en
un instante en el que estas casas gozaban de buena salud. Las hermanas del
convento de Santa Catalina de la orden de Santa Clara, siguiendo la promesa de
pobreza franciscana, se desprendían de sus bienes antes de tomar los votos
donándolos a algún familiar y, por lo tanto, habiendo de pasar por el notario
para completar ese traspaso. Las monjas del convento de San José y Santa Teresa
cambiaban su nombre laico, atendiendo a la tradición carmelita, por lo que su
estudio presenta la dificultad de poder identificarlas.
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Escudo de Leonor de Sicilia en el convento de Santa Catalina de Teruel |
El gobierno municipal, por su parte, había sufrido
transformaciones desde la implantación de los Decretos de Nueva Planta. Al
frente de él se situaba el corregidor político y militar, una figura con siglos
de andadura en Castilla, pero que en Aragón fue implantada por Felipe V en 1711
para facilitar el control del territorio.
Los corregidores, como cabezas gubernamentales, figuran en
todo tipo de documentación reguladora de la actividad del ayuntamiento, por
ejemplo en el pago de censales. Se apoyaban en los regidores que, en algunos
periodos, eran los que ejercían el poder real cuando su superior se ausentaba. Los
regidores solían ser personajes con raíces en Teruel y, por lo tanto, conocedores
de los intereses político-comerciales antiguos. Los corregidores, sin embargo,
eran personas sin vinculación con el territorio, muchas veces soldados
retirados que delegaban el cargo durante largos periodos de tiempo. Se trataba
de hombres ricos que, por sus glorias militares y la lealtad a la Corona,
acumulaban cargos que les reportaban sendas rentas. Ellos y sus esposas
atesoraban relevantes colecciones de objetos, obras de arte y manufacturas importadas
a la moda europea, compuestas por vajillas chinas, lotes de pintura barroca valenciana,
relojes ingleses y plata de talleres franceses. Sus viviendas turolenses se
vistieron con estos enseres de los que queda constancia en los inventarios post
mortem.
El ayuntamiento regía todos los aspectos de la vida pública.
Se encargaba, por ejemplo, del mantenimiento de las murallas y la red de aguas.
También asignaba y procuraba el surtido de la población con todo tipo productos
en las tiendas y tabernas públicas como aceite, jabón, vino, carne, pescado o
nieve para fines sanitarios y la conservación de los alimentos (sobre los que
podía legislar porque estaban gravados con impuestos que recaudaban las arcas
municipales). Normalmente, el arrendamiento del derecho de abastecimiento recaía
sobre un matrimonio, pudiendo hacerse cargo las mujeres si eran viudas. La
pareja buscaba a fiadores y a fiadoras que respondieran económicamente en el
caso de no asegurar el correcto surtimiento por causa de muerte, enfermedad o
mala gestión.
El gran grueso de la población se dedicaba a las labores del
campo (labranza y pastoreo) o la artesanía (carpintería, curtiduría, alfarería,
albañilería…). De este grupo de personas ha quedado un testimonio más limitado,
circunscrito a actos de compraventa, pago de censales, capitulaciones
matrimoniales y testamentos, porque no participaron de la cultura escrita al
mismo nivel que las clases dominantes. Sí concurrieron muy activamente en la
vida cívica, organizándose en cofradías o en los ya mencionados gremios, de
manera que tejían redes personales, laborales y religiosas que han sido poco
estudiadas. Fueron los principales arrendadores de las propiedades que
pertenecían a la Iglesia o a personajes ricos, en muchas ocasiones con cargas
fiscales heredadas a las que tenían que hacer frente periódicamente. Ellas también
sufragaban estos pagos, junto a sus maridos, hijos o hermanos, pero igualmente
en solitario cuando enviudaban o eran solteras (las llamadas beatas, mujeres
que habían tomado el hábito, pero que no vivían en comunidad).
En las capitulaciones matrimoniales de las clases
desfavorecidas constan las dotes paupérrimas que podían reunir. Los hombres aportaban
la casa, algún huerto y los animales de labor, mientras que las mujeres
contribuían con el ajuar textil (que, por los precios que alcanzaba en las
tasaciones, podía ser lo más valioso del lote) y diversos enseres para el
hogar. Los hijos tenían un papel fundamental en la transmisión del patrimonio
familiar, por eso los pactos matrimoniales a veces dejaban desprotegidos a los
cónyuges si no conseguían tener descendencia. Ellas, si enviudaban sin contraer
estado, eran obligadas a devolver la dote a sus suegros y a dividir las
ganancias obtenidas en la pareja. A veces, cuando la situación económica de una
«dama moza» era extremadamente delicada recurría a antiguas fundaciones para
casar doncellas pobres.
Los testamentos de esta parte de la población, con legados
insustanciales, muestran que, después de una vida de trabajo, su situación
económica apenas había mejorado y ejemplifican las desigualdades del Antiguo
Régimen también presentes en Teruel. Ellas, al enviudar, podían heredar los
bienes de sus maridos, pero lo más corriente es que fueran usufructuarias hasta
la mayoría de edad de los hijos. En los momentos de senectud las madres
quedaban a cargo de sus vástagos y, para gratificar los cuidados dispensados, les
donaban algún bien o propiedad (normalmente una porción de la casa para que
pudieran constituir su propia familia).
Las mujeres turolenses del siglo XVIII, como vemos, acuden
periódicamente a los notarios para gestionar sus bienes en situaciones y
momentos diversos de la vida. No obstante, la documentación no es tan explícita
con ellas como en el caso de los hombres porque habitualmente no eran el cabeza
de familia. El seguimiento continuado de sus actividades al darles curso legal no
deja lugar a dudas de que existe una participación activa en la vida del
municipio, aunque los estudios sobre ellas sean inexistentes.
Una herramienta para investigadores e investigadoras
Este vaciado documental pretende ser el primer peldaño para
los investigadores e investigadoras que se interesen por las mujeres turolenses
del siglo XVIII. Por este motivo se ha incorporado a DARA y, más que extraer
conclusiones, nos gustaría resaltar algunas líneas de trabajo que podrían dar
frutos y que son interesantes de explorar.
1. Este vaciado sirve para elaborar un listado exhaustivo de
las personas que habitaron en la ciudad de Teruel y su entorno a finales del
siglo XVIII. El trabajo ha permitido documentar la presencia de las mujeres en
aspectos de la vida socioeconómica del municipio. Por desgracia, en esta época
todavía es extraño llegar a conocer la ocupación o profesión de ellas porque no
tenían permitido agremiarse y, por lo tanto, su condición como ente jurídico lo
delimitaba la parentela. Cuando eran viudas y, por tanto, cabezas de familia sí
es posible intuir que dirigían las empresas antes regentadas por sus maridos,
aunque en la documentación no se mencione explícitamente.
2. Contribuye al conocimiento de la realidad social de Teruel a
finales del siglo XVIII. Los testamentos, las capitulaciones matrimoniales o
los inventarios muestran las diferencias notables entre los distintos
estamentos del Antiguo Régimen. La mujer estaba en una situación de
desprotección mayor si no conseguía reunir la dote para el matrimonio o
enviudaba. En este sentido es interesante mencionar las fundaciones para casar
doncellas que aparecen en los protocolos notariales (algunas de ellas más antiguas,
pero con vigencia todavía en las décadas que nos ocupan). Algunos ejemplos son
el pío legado fundado en Teruel por Ana Gerónima García, el legado instituido
en Celadas por Juan Pérez Adrián, el beneficio creado en El Pobo por mosén Juan
Castellano o el legado del rector Miguel Carroquino en Formiche Bajo, todos con
el fin de ayudar al casamiento de doncellas. Reunir una buena dote contribuía
al mantenimiento y la solvencia económica de la pareja. Aunque ellas no eran
las encargadas de administrar estos bienes (porque normalmente lo hacía el
padre de los jóvenes que iban a esposarse) en algunos casos demuestra el
prestigio de determinadas damas con solvencia económica.
3. Ayuda a entender la labor de la mujer en la vida doméstica
del Antiguo Régimen. Como han puesto de relieve los estudios históricos sobre
el mundo doméstico, el rol desempeñado por las mujeres dentro del hogar en el
Antiguo Régimen es fundamental. Ellas tuvieron un papel protagonista en la
economía familiar y en la educación de los hijos e hijas en un instante en el
que lo público y lo privado eran conceptos poco delimitados, cuando la esfera
doméstica y la laboral compartían espacio. Así lo ponen de manifiesto, por
ejemplo, los inventarios de ellas en los que se enlistan objetos que demuestran
intereses de todo tipo, por ejemplo el arte.
4. Documenta algunas iniciativas de tipo pedagógico en línea
con el pensamiento ilustrado. Destacamos la fundación de un magisterio para
niños y niñas aludida en el testamento del chantre de la catedral de Teruel Joaquín
Ibáñez García, importante coleccionista y bibliófilo del reinado de Carlos III.
Formó su colección en Roma y, a su muerte, dictó una manda testamentaria que
determinaba que las obras de arte y antigüedades se destinasen a este fin.
5. Entre los actos testificados en estas fechas se localiza la
colocación de la primera piedra de la casa de la Misericordia de Teruel en el
año 1798. La institución se puso en funcionamiento en el 1800 y, como en otras
organizaciones dedicadas a la caridad, el papel de la mujer como lactantes o
cuidadoras era esencial para garantizar un buen desarrollo de la casa. La
continuación de esta línea de trabajo podría dar frutos interesantes, aunque
habríamos de adentrarnos ya en el siglo XIX.
6. Suma conocimiento a la historia de la violencia ejercida
contra las mujeres en el pasado. En concreto, algunos actos testificados
mencionan casos de estupro en Teruel en el siglo XVIII.
7. Ayuda a entender la religiosidad femenina del Antiguo
Régimen, especialmente en el mundo de los conventos. Entre los tomos trabajados
aparecen testimonios de mujeres que, antes de ingresar en una orden, debían
desprenderse de sus posesiones. Esta documentación podría dar interesantes
frutos si se analizase, pues los conventos femeninos de Teruel acaban de
cerrarse recientemente y requieren de estudios que ilustren la vida allí
practicada durante siglos.
8. Puede servir para estudiar a las mujeres nobles que administraban
rentas o bienes. Por esta razón acudían con frecuencia al notario
(personalmente o mediante procuradores) y sus movimientos han dejado un rastro
interesante.
9. Registra el valor de las mujeres en el pasado para
representar y transmitir el patrimonio familiar. El análisis de las
capitulaciones matrimoniales, de los testamentos y la comparación de las dotes
o los legados masculinos y femeninos nutriría esta cuestión, que ya ha sido
trabajada por la historiografía en otras geografías y periodos.
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Ápoca sobre un caso de estupro. Protocolo de Gaspar Sánchez de Vera (1783) |
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